Casi a última hora, como suelo hacer las cosas más pesadas, fui a comprar la maleta. Entre tanta oferta opté por dos, una mediana y otra pequeña. Tenía planeado lo siguiente : comprar la maleta, dejar mi bici estacionada en un lugar seguro, coger las maletas, tomar el tranvía y vuola !! a casa y luego regresar por la bici. Todo iba bien. En realidad no me gusta perder tiempo en comprar y comparar al menos en este tipo de cosas. La consigna era fácil, una maleta segura y no tan grande para 7 días de business trip.
Al vendedor solo le interesa vender, cómo te lleves la compra es asunto tuyo. Pero yo tenía un plan. Hasta que me di cuenta que no tenía mi chipcard (tarjeta con la que se paga el viaje en el tranvía) y además tontamente había olvidado mi monedero. O sea, en otras palabras solo tenía dos alternativas. Caminar hasta la casa donde ahora vivo, o ir en la bicicleta y ver la forma de llevar las maletas. Para comenzar introduje la maleta pequeña dentro de la grande y ya solamente tenía un paquete que además pesaba. Para calmar la colera que tenía con mi memoria que a veces olvida las cosas, decidí darme un castigo de calorías : un helado con una bola de mango y la otra de cocos. Caminé arrastrando mi maleta, comiendo mi helado de barquillo y reconociendo que con el calor que casi inesperadamente abrumó Amsterdam y la distancia hasta la casa, no me daba la gana de caminar.
Dejé mi bicicleta estacionada, mezclada y casi perdida entre otras a un costado de la terraza de bagels & beans, en ese momento llena de gente, la mayoría holandeses. Miré mi bici con angustia y curiosidad. Cómo llevaría la maleta. La coloqué encima de lo que seria el cargador, el seguro no parecía tan seguro como para soportar un viaje de 30 minutos y sin embargo parecía que podría soportarlo, moví la bici, la tambalee y la maleta no se cayó. Al intentar subirme recordé que no podía hacerlo con la mochila a la espalda pues chocaría con la maleta empujandola irremediablemente al suelo. Estacioné de nuevo la bici y coloqué dentro de la maleta pequeña que a su vez estaba dentro de la grande, mi mochila pesada y llena de cosas. Ok. Nuevamente. Monté la bici, hice un giro y pum tan, la maleta al suelo. Todo frente a la terraza ocupada y sin prestarme atención.
Allí estaba Mike y su novia, una pareja inglesa que ni bien se dio cuenta de mi tonta peripecia, se acercó a ayudarme, recogiendo la maleta del suelo y sujetando mi bici para evitar que me cayera. Gracia dije. Pero Mike ya había decidido ayudarme y se quedó pensando cómo hacer. Intentamos dos « casi brillantes » ideas , pero no funcionaron. Use mi locker para sujetar mi maleta a la parte trasera de la bici e ir arrastrandola (tiene rueditas, asi que no se malograría mucho) , pero cayó a un lado y la maleta quedaba insegura. Lo intentamos dos, tres veces, pero nada. No habíamos notado, pero ya a nuestro lado estaba un hombre, turco, seguramente del restaurante turco frente al cual estabamos. Tenía una cinta de embalaje en sus manos, y junto a Mike trataron de colocar mi maleta de la mejor manera, pero tampoco resultó a pesar del esfuerzo, las 8 manos y los 4 cerebros. Una maleta nos estaba venciendo. Hasta que llegó un francés Toin, o Toiner, no lo sé. Pero se unió al momento silencioso que nos tenía a los 4 con la mirada fija en mi bici y en la maleta. Ya eramos 5 y 10 manos.
Nos comunicabamos en inglés, bendito idioma que nos ha unido a una peruana, dos ingleses, un turco-holandes y a un francés. Mientras que la terraza llena de en su mayoría de holandeses seguramente nos miraba intrigada. El francés sacrificó su elástico sujetador y me lo regaló. Esa sería la solución. Asi entre todos, cogimos mi bici, la equilibramos, colocamos la cinta de embalaje otra vez y jalamos tanto como pudimos del elástico hasta que sujetó fuertemente a la maleta. Lo habíamos logrado. La maleta estaba ahora segura. Les dí las gracias. Todos nos sentíamos orgullosos. La maleta finalmente no nos venció.
Monté mi bice, mire hacia atrás y allí estaban ellos, despidiendome, recomendandome pedalear con cuidado y sobre todo con una sonrisa de orgullo que se me quedó grabada en la memoria. Asi con esa imagen me alejé de ellos. Y ellos se alejaron también. Creo que nunca más los volveré a ver.
En el camino, recordé historias. Cosas que cuentan los que llevan años viviendo en Holanda y que cuando tienen ganas de hablar mal o de quejarse de los holandeses dicen muchas cosas, pero muchas cosas. Algunas las he comprobado y otras desmentido. Pero es asi, aquí y en todos lados. Recordé que alguien me había dicho que al holandés no le gusta perder tiempo ayudando a un desconocido. Qué en su pensamiento está la idea de que otro vendrá a ayudar. Me pregunté cuántas veces había sido yo asistida por un completo extraño holandés (a) sin que lo pidiera. Nunca. Pero nunca he estado en una situación que amerite esta reflexión. Yo no. La más cercana fue en el gimnasio cuando esforce mi cuerpo al máximo sin haber comido y cai desmayada; y sí fui ayudada por el personal del gimnasio, pero no cuenta. Sin embargo algunos de mis conocidos si tienen historias parecidas Una chica israelí de mi curso de holandés se sorprendió un día que socorrió a una mujer asiática embarazada en una calle concurrida, el único que la ayudó fue un hombre musulmán y juntos llamaron a una ambulancia, la policía etc. Mientras mucha gente, según ella en su mayoría holandeses, pasaban por su lado mirandolos sin detenerse si quiera a curiosear. Esta historia no es la única que he escuchado, pero fue la primera en llegar a mi memoria.
No creo que sea una cuestión de nacionalidad, creo que es más bien esa solidaridad extranjera que se hace fuerte entre los mismos extranjeros apoyándose entre ellos. Recordé que en mi país, la solidaridad y la curiosidad van de la mano. A pesar de esas historias, estoy segura que en el futuro siempre habrá una mano amiga y solidaria para mi. No importa la nacionalidad. Y seguí pedaleando y pedaleando a ritmo normal con una gran satisfacción en mi corazón y recordando las caras y las manos de ayuda, las que no volveré a ver pero que siempre voy a recordar.
P.D. No pude tomar una foto de la maleta en la bici, pues al bajar casi me caigo y necesitaba las llaves que estaban en mi mochila, que estaba dentro de la maleta pequeña que a su vez estaba dentro de la maleta más grande. Pero tomé una foto del tape y del elástico.
Autora: Karina Miñano Peña