
Él cayó exhausto a su lado. Ella miró el reloj y corrió a la ducha. Se miró en el espejo y le gustó ver su cabello agitado, sus mejillas sonrosadas y sus senos orgullosos y presumidos. La piel aún sensible, su corazón e intimidad palpitando a mil.
Soltó un suspiro al sonreír. Con sus manos alboroto más sus cabellos y el suave cosquilleo hizo que su piel se erizara de nuevo. Acarició sus labios hinchados por los mordiscos y la presión de aquellos besos. Quería más. Pero él ya estaba casi muerto. No, no lo dejaría ir. No es fácil encontrar a quién pueda seguirle el ritmo. “Sesenta y cinco minutos”, pensó, no está mal, al menos mucho mejor que el anterior. Abrió la ducha, y se apuró a sentir el chorro en su cuello desnudo. Adora el agua fría sobre su cuerpo caliente. Le hace estremecer. Sube la temperatura de a pocos y cuando está como a ella le gusta, coge el cabezal y apunta directamente a esas terminaciones nerviosas que revolotean y le exigen repetir. El se ha recuperado, pero no del todo. Y desde la puerta, decide observar a su ninfa gimiendo en medio de un incendio.
Autora: Karina Miñano Peña
(©2020. Karina Miñano Peña)