
Siempre a su lado, sin importar que fuera de día o de noche. Ayudarlo alimentaba su espíritu y era una alegría inmensa para ella. Ante sus éxitos, era la primera en aplaudir y en sentirse orgullosa. Y ante las censuras, no tardaba en mostrar su lado felino para defenderlo. Cuando él se sentía inseguro, ella estaba a su lado con las palabras que necesitaba escuchar para tomar coraje y erguirse. Él podía caer muchas veces pues su compañera ya estaba allí con la mano extendida para levantarlo. Daba lo mismo si estaba cansada o enferma, para hacerle feliz, nada la detenía.
Hasta que un día se cansó, su cuerpo no resistió y se derrumbó. Y él desesperado no sabía cómo apoyarla. No lo había hecho nunca. Porque de los dos, la roca era ella. Lo intentó. Le pedía instrucciones para ayudarla, pero ella estaba extenuada, con los ojos perdidos, ya no respondía. Él lloraba por los rincones, rogaba por su recuperación. Con ella paralizada no podía avanzar. Se sentía estancado. Lo intentó de verdad. Día uno, día dos, día tres…, se rindió. Y con el mayor dolor que una persona puede cargar en el alma, la miró por última vez y le dijo adiós.
El hoyo de la soledad se abrió frente a sus ojos y sin ganas de vivir cayó en lo más profundo. No podía levantarse. No sabía cómo continuar sin él. De repente, se giró y vio una luz tenue a lo lejos, lo que le dio esperanza. Sí, él volverá, se dijo. Y esperó. Esperó varios días y esperó varía noches. Esperó en el suelo donde él la dejó. Una noche en medio del frío comprendió que él ya no vendría. Tuvo miedo, los pies se le helaron. Entonces intentó levantarse, pero no pudo, sus piernas perdieron dureza. Se cayó una, dos, tres veces. Todas las veces que intentó alzarse las manos de la soledad la jalaban hacia abajo. Y así estuvo hasta la mañana que despertó sin tristeza, en su lugar había furia. No terminaría así, resolvió. Sacó fuerza de su vientre. Poco a poco se elevó. Más de una vez estuvo a punto de caer nuevamente, pero se mantuvo firme a pesar del temblor. ¿Y él? él nunca regresó. Cuando por fin se puso de pie, levantó la cabeza, con su pecho hacia adelante tomó aire y esbozó una sonrisa. Se dio cuenta de que quería volver a vivir feliz. Empezó a soñar de nuevo.
Curo sola sus heridas, nutrió su alma de ilusión y, cuando pudo caminar por sí misma, decidió que era hora de empezar con la búsqueda. Lo buscó por todos lados, preocupada por los posibles peligros. Estaba convencida de que él la necesitaba. Lo sentía en el corazón. No se dio por vencida. Lo busco sin cansarse y ni desmayarse, bajo puentes, en laderas de montañas, en las playas de los mares y ríos, en bosques, en ciudades. Finalmente, lo encontró escondido detrás de unas puertas olvidadas entre la basura, acuclillado y asustado por los dedos acusadores. Ella puso su cuerpo como escudo. Se paró delante de él y le dijo que no estaba solo. Lo levantó con sus brazos fuertes y le aseguró que nadie le haría daño. Él de pronto recuperó su amor por ella. Se llenó de confianza y otra vez tuvo hambre de triunfo. Nunca había sido tan feliz en su vida. Le dio las gracias por haberlo buscado.
¿Y ella? Ella sonreía con los ojos, con las manos, con sus piernas, con todo su ser.
Ahora sí, ella es feliz.
Autora: Karina Miñano Peña
(©2020. Karina Miñano Peña)
Foto: Austin Schimid
¡Me encanto!