Es terrible notar que las ideas se disuelven y las ganas desaparecen. Frente al papel en blanco he vivido ese horror por más de un año. Tengo miles de ideas acumuladas en mi cuaderno de notas. Las frases que me inspiran, las que oigo y pienso: “de aquí puede salir algo bueno”, las que se me ocurren después de hurgar en los recuerdos, las que vienen después de leer un libro, y así podría nombrar mucho más.
Las ganas las tengo siempre. Una idea viene, me alegro, sonrío, creo la historia en la mente y entonces llego al papel, cojo un lápiz, o enciendo el ordenador y abro un nuevo documento. Y, allí estoy, sentada mirando la hoja en blanco. Intentando una frase para comenzar. Escribo algunas palabras, un par de sustantivos, un verbo, y aunque sé que no es lo que quiero, continúo, me esfuerzo por conseguir que lo que salga de mis dedos sea fiel a la historia que imaginé hace tan solo unos momentos. Después de varios minutos, a veces una hora o más, comprendo que no tengo nada que decir. Que ese papel se quedará en blanco y que lo único que tengo son frases sueltas, incapaces de entrar en armonía.
En cambio, si pienso en escribir un poema algo distinto me pasa. Todas esas palabras sueltas se entrelazan hasta formar una estructura ordenada y melodiosa. Y no lo pienso mucho. Eso sí, aún no logro conocer el final al empezar a escribir eso que yo llamo poema. Solo sé que tengo el primer verso y que lo que pugna por ser escrito me produce un sentimiento, muchas veces de nostalgia, otras veces de rabia, o tristeza o alegría. Lo que queda sobre el papel es un bosquejo que luego corrijo, dejo reposar y vuelvo a corregir hasta que me sienta contenta con el resultado. Todo ese proceso me causa mucha alegría y consume algunos días. Cuento esto porque hace poco un amigo escritor peruano me preguntó qué tipo de escritora era. En solitario, yo ya me había hecho la pregunta varías veces e intentaba esbozar una respuesta que me satisficiera, a pesar de las dudas. Me gusta escribir relatos, y para ello propongo una estructura; es lo que aprendí en el máster de literatura creativa. Hace unos años, antes de decidirme a escribir de forma profesional, escribía lo que se me ocurría a penas cogía un lápiz, una historia que no sabía cómo comenzaría ni cómo acabaría. Luego cuando descubrí las maravillas académicas de un escritor ordenado, que sigue una estructura detallada, pero no por eso menos flexible, que modela a sus personajes, concibe el ambiente, conoce las tramas y subtramas, escoge la voz narradora, intenté convertirme en una escritora académica también. Lo practiqué mientras escribía Remolino de sueños, usé muchas de las recomendaciones de los profesores, y soy sincera al decir que más de una vez tuve que hacer enormes esfuerzos por ceñirme al molde de lo que sería mi primer libro. Así que armé un esqueleto y luego dejé que la historia se desarrollara, de la misma forma como estoy escribiendo este texto: con las ideas que vienen y se van armonizando. Pero eso fue Remolino de sueños. El segundo libro me está tomando más tiempo del que inicialmente había calculado. Y es que intento mejorar la experiencia y ser más disciplinada. Pero como decía Quico del Chavo del 8: me doy.
Le respondí a mi amigo que yo no soy académica, pero tampoco una improvisada, más bien espontánea, si cabe la definición. Que tengo un poquito de los dos. Sin embargo, han pasado varias semanas y la preguntita se quedó allí, en ese limbo que aparca los momentos para fastidiarte hasta que hagas algo con ellos. Al final lo que quieren es que los clasifiques y los archives en tus recuerdos. Hoy, que después de un año estoy escribiendo un texto nuevo, este texto, confirmo que me gusta escribir sin una estructura fija, dejando que las ideas vuelen a su antojo, como antes. Y también disfruto ponerle un nuevo hueso al esqueleto que uso como guía, e intento no angustiarme al verlo tembleque y con huesos en lugares equivocados. Es que no sé mucho de anatomía. En fin, también he descubierto que si escribo como Karina, en lugar de hacerlo a través de alguno de los tantos personajes que he creado o en tercera persona, puede salir un texto más o menos interesante, y así aplaco un poco más esa angustia al ver el papel en blanco. Lo he tomado como un ejercicio necesario. Por lo que usted querido lector tendrá ahora una idea más clara del por qué este blog no estaba actualizado.
Y para terminar, he decidido que este es el párrafo final, pues estoy contenta con lo que he logrado. Tengo miles de relatos que contarles que estoy segura saldrán de la oscuridad pronto. Mientras tanto no tengo miedo de decir: Wohooo, ¡adiós papel en blanco! (al menos por hoy).
Texto: ©2023 Karina Miñano
Foto: Kelly Sikkema
Bravo!!! objetivo logrado por hoy. Abrazos
Así es, un día a la vez. Gracias 🙂
Me ha gustado mucho tu relato Karina. Te felicito. 👌
Me ha recordado cosas, y me he tomado la libertad de compartir este relato aquí, espero que no te importe… 🙏
Un vicio…
🙄😳
“…Así, excitado, la sigo siguiendo todo el tiempo que haga falta curioso e implacable; y muy muy de cerca. Oliéndola. Palpándola si es posible…”
👇👇 🙏
https://historiasenunfolio.wordpress.com/2023/04/21/amorsexoadiccion/
Yo creo que no eres la única que le pasa. Yo mismo llevo un tiempo con falta de inspiración. Es cuestión de perseverar. Tu lo has hecho. Bravo, Karina!!!
Muchas gracias ❤️❤️❤️
Muchas gracias. Aunque la temática es diferente, está bien, dejémoslo por aquí por ahora 😊
🙏😘
A mí dejó de pasarme desde que puse de color negro el fondo de mi blog.
Interesante. Creo que word permite un cambio de fondo también. Voy a mirar. Gracias por compartir.
Excelente relato. La inquietud cuando la falta de creatividad aparece. Bravo. Un abrazo
Muchas gracias. ❤️❤️❤️