Trozos de jabón

Sentada frente a él, María buscaba la mirada de su marido. Roberto, en cambio, tenía los ojos fijos en el cielo despejado que la ventana de la cocina le permitía ver. A su lado, la pequeña Carmen intentaba unir las piezas de su rompecabezas favorito sin éxito. Desde allí, los tres podían escuchar el chorro de agua. Sabían que Carlos se lavaba las manos en ese momento.

Luego de cinco minutos María se puso de pie y dio unos cuantos pasos alrededor con el ceño fruncido y los labios apretados. Roberto colocó los codos en la mesa, cruzó las manos a la altura de su nariz y con los pulgares movía de arriba a abajo sus gafas negras. En el silencio de la casa solo se podían escuchar las zancadas de María y la corriente de agua que venía del baño. Diez minutos más tarde, el agua dejó de correr y oyeron los pasos de Carlos hacia su habitación. María suspiró aliviada y apretó más los labios. Roberto intentó decir algo, pero solo pudo abrir y cerrar de inmediato la boca. Carmen ya había colocado las primeras piezas del rompecabezas en el lugar correcto y esbozaba una sonrisa abierta y despreocupada.

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Parada inusual


—¡Bajen! ¡bajen todos! —ordenó el chofer del autobús desde su asiento.

El vehículo se había detenido en una esquina muy cerca a una intersección. Los pasajeros, abstraídos en sus pensamientos, no se dieron cuenta de que el conductor había cambiado la ruta. Hasta que la orden de bajar los sorprendió.

—¡Bajen! ¡bajen! —repitió apurado y algunas personas empezaron a levantarse de sus asientos.

—¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué debemos bajar? —preguntó un anciano con voz temblorosa desde su sitio.

—Pero…está no es la ruta correcta. ¿Dónde estamos? —Alzó la voz sobre el barullo un muchacho con una gorra de béisbol que cubría su cabeza.

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