
El bus que me lleva a la oficina me sofoca. Me sofoca su público, gente con ropa que huele a sudor. Me sofoca la mujer que está sentada a mi lado, lleva una chaqueta que sin duda alguna se ha secado en el interior de su casa, al lado del radiador y sin aire fresco que la ventile.
Me sofoca la gente que sube al bus al mismo tiempo que tira sus puchos de cigarros a la calle. No se dan cuenta del olor. El hombre sentado frente a mi es uno de ellos. Tiene un olor raro y feo, es la mezcla de algún perfume barato y del cigarro que acaba de botar. Y se hace feo también ante mis ojos. Es desagradable e indeseable.
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