Durante la semana pasada y en lo que va de esta la lluvia me ha obligado a ir en bus a mi trabajo. La misma línea de bus, la misma ruta y por lo tanto la misma parada. A pocos metros del edificio en donde trabajo yacía un conejito cruelmente asesinado. Tal vez fue un auto, o una moto, o un escúter (sí, la palabra existe) o una bicicleta, o tal vez fueron los cuervos que estaban posados a su alrededor, o tal vez fueron las ratas esquivas, silenciosas, nocturnas que viven debajo del suelo que pisamos. Sinceramente no creo que los cuervos y mucho menos que las ratas se hayan organizado para asesinar a ese pequeño conejito para su propio deleite. No lo sé, lo que sí sé es que su cuerpo estaba allí tirado en la vereda. Su pelaje lanudo, pardo plomizo, mojado por la lluvia lucía todavía fresco, tenía los ojos abiertos mirando a la nada. La gente que caminaba rápidamente bajo esa lluvia holandesa pasaba por su lado sin detenerse a recoger su cuerpo o para ponerlo al lado del césped. Nadie, ni siquiera yo que también camino rápido cuando llueve.
Hace frío en Amsterdam Noord
No sé que hora es. Deben ser las 10:30 de la noche y hace frío. Lo noto en las manos temblorosas y rojas de la gente que sostiene su teléfono celular; en el vaho que sale de las bocas y narices de los que esperan. Hace frío y lo siente el hombre parado frente a mi que ha jalado las mangas de su chaqueta de cuero artificial hasta cubrir sus manos. Estamos allí, con frío y esperando el bote que nos llevará al otro lado de la ciudad. El letrero electrónico dice que tardará 10 minutos. Mientras mi bicicleta y yo estamos esperando he recordado que ya no puedo pedalear muy rápido, y es que hace frío.
El tiempo
El tiempo duele. El tiempo alivia. El tiempo olvida. El tiempo pasa.
¿Cuándo fue la última vez que le di tiempo al tiempo para hacer su trabajo?
¿Cuándo fue la última vez que me senté a leer un libro con tranquilidad y con una copa de vino tinto, y con la única compañía del tiempo?