
A ella ni siquiera la miré aunque sabía que estaba allí junto a las otras, pues era el lado “latino”. Me daba sofoco mirarlas. Tan contorneadas, tan liberales, tan adornadas y tan desnudas. Yo, recién llegada, tímida ante el desabrigo. Ese día, como muchos que vinieron después, caminaba por el barrio rojo de Ámsterdam sin realmente mirar a las ventanas.
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