(publicado primero en el blog Liberemos las palabras)
Se detiene en seco en la puerta de la tienda y aparenta interesarse por las chucherías que están dentro de cajas de colores, dispuestas a detener al transeúnte e invitarle a adquirir alguna baratija a precios increíbles. Ha tomado entre sus manos una esponja de baño para ocultar su nerviosismo. De reojo mira a la persona que camina en su dirección y confirma que es él. Sin darse cuenta aprieta sus dientes y su rostro se contrae. El dolor pronto aparecerá y tendrá que relajar la mandíbula tal y como se lo ha recomendado el terapista, si no tendrá dolor de cabeza, otra vez. Y no, no puede ocultar su repentina inquietud.
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