Él cayó exhausto a su lado. Ella miró el reloj y corrió a la ducha. Se miró en el espejo y le gustó ver su cabello agitado, sus mejillas sonrosadas y sus senos orgullosos y presumidos. La piel aún sensible, su corazón e intimidad palpitando a mil.
Eran casi las once de la noche cuando apago su ordenador. La cita estaba hecha para el día siguiente, y enseguida una ola de tristeza la envolvió sin compasión. Levantó la mirada hacia la ventana y vio que terciopelo blanco caía del cielo, silenciado las calles con su belleza. ¿Seré capaz? Se preguntó mientras miraba hacia afuera. Luego, encendió la televisión y se sentó frente a él sin ánimo ni interés. No es mi culpa, se dijo. Y…¿Si lo intento una vez más? pensó entusiasmada.