
Las noches de otoño en el centro de Ámsterdam no suelen ser tan frías como se cree. El ambiente está rodeado de una atmósfera caliente producto del humo de los cigarros, del alcohol y de la pasión. Sobre todo en el barrio rojo. Llegué hasta aquel lugar que a simple vista parece una discoteca escondida entre las callejuelas del barrio más famoso de la capital holandesa. Sobre la puerta colgaba una bandera con franjas horizontales negras y azules que no se ve durante el día. Había pasado tantas veces por ese lugar decidida a ingresar y a ser testigo de lo que allí sucedía, pero una vez en la puerta me acobardaba, desistía y pasaba de largo, cabizbaja.
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