A nuestro ritmo

Sus ojos me hechizaron. No podía negarme a bailar con él. Como yo nadie baila, toma mi mano, te enseñaré los pasos para que me sigas, alardeó orgulloso. Una sonrisa contrajo mis mejillas. Me sentí tan ligera con él. Bailé feliz y me dejé llevar por su ritmo, tan coqueto, tan audaz, tan dulce.

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En busca de la felicidad

Siempre a su lado, sin importar que fuera de día o de noche. Ayudarlo alimentaba su espíritu y era una alegría inmensa para ella. Ante sus éxitos, era la primera en aplaudir y en sentirse orgullosa. Y ante las censuras, no tardaba en mostrar su lado felino para defenderlo. Cuando él se sentía inseguro, ella estaba a su lado con las palabras que necesitaba escuchar para tomar coraje y erguirse. Él podía caer muchas veces pues su compañera ya estaba allí con la mano extendida para levantarlo. Daba lo mismo si estaba cansada o enferma, para hacerle feliz, nada la detenía. 

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Baile sin disputas

Como un relámpago atravesó la puerta. Era una sombra cubierta de pies a cabeza que, seguramente allá afuera, se protegía de la lluvia y del frío. Fue directo hacia la parte trasera del local donde las luces eran mucho más tenues. Decidí seguirla. Caminó rápido como si quisiera evitar ser vista. Entró a una habitación y cerró la puerta detrás de ella. Baño de mujeres, se lee en el letrero. En ese diminuto cuarto, entre diez y doce latinas se quitaban los abrigos, cambiaban las botas por sandalias de tacón alto, daban los últimos toques a su maquillaje, se bajaban los escotes, se subían las faldas. Mujeres que entraban, salían y se quejaban por la falta de espacio. Otras esperaban tranquilamente una oportunidad para usar el espejo. Parecían estar en alerta, constantemente se miraban por el rabillo del ojo con desconfianza y arrogancia, y de pies a cabeza si la otra no miraba. 

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