Después de haber dejado mi equipaje, haber esperado por más de una hora, comprado algún libro, ido al baño y haber subido al avión, llegué al asiento asignado. El 27A del vuelo de Iberia con destino a Madrid. No puedo decir que estaba feliz. Esas son cosas que no provocan reales emociones. Estaba allí, preguntándome quiénes serían mis acompañantes en ese vuelo que duraría dos horas y media.