(publicado primero en el blog Liberemos las palabras)

Entraron al salón sin dejar de mirarse las caras. Al tomar asiento hicieron lo posible por estar muy separadas.

—¿Recuerdan este sitio? fue aquí donde crecimos —dijo nerviosa mientras las demás no dejaban de observarse.

—¿Por qué nos has llamado? —preguntó la mujer a su derecha luego de un silencio largo. Las demás asintieron y fijaron su mirada en la mujer que habló primero. Ninguna se atrevía a decir algo más.

—Yo…yo…las he llamado porque… —Rocío no pudo terminar la frase. Las caras gritaban por respuestas y la aturdieron.

—¿Por qué? —preguntó la Rocío que estaba sentada frente a ella.

Tomó aire y se dio cuenta de que no había nada que temer. Las conocía muy bien a todas. Sabía de sus miedos, de sus alegrías, de sus dudas.

—Las he llamado porque cada una representa un punto de quiebre en mi vida —Rocío aclaró su garganta con un fuerte carraspeo.

—Creo que sé lo que quieres decir —mencionó la mujer sentada a su izquierda y después de una breve pausa continuó—. Como somos las segundas alternativas a tus decisiones, aquellas que consideraste y que no tomaste, quieres saber qué nos pasó, ¿verdad?

—No lo hubiera dicho mejor —Le devolvió una mirada cálida.

Las seis mujeres sonrieron con cariño al comprender lo que Rocío quería.

—Cada decisión crucial me dejó con la curiosidad de saber qué hubiera pasado si en lugar de A hubiera tomado B.

Rocío sintió una punzada en el estómago. No se imaginó que algo así le habría pasado de no haber regresado a la universidad.

Las cinco Rocíos asintieron y sin más silencios que ocultar comenzaron a contarle sus vidas.

—Pues…yo quiero comenzar —Señaló la Rocío que vestía de forma muy sencilla, sin maquillaje y sin adornos en las orejas. Las demás se dieron cuenta de que en su mirada había tristeza—. Yo soy la que nunca regresó a la universidad. Me quedé trabajando como una burra para pagar las deudas de los otros. Voy de trabajo en trabajo. Terminé con el chico que me dijo que la universidad era una pérdida de tiempo. En realidad, él fue una pérdida de tiempo…en fin, creo que trunqué todos mis sueños. No soy feliz. Vivo para que mis hermanos estudien y para que mi madre se siga endeudando. Es una vida de mierda. Debes estar contenta. Regresar a la universidad fue lo mejor que pudiste hacer.

Rocío sintió una punzada en el estómago. No se imaginó que algo así le habría pasado de no haber regresado a la universidad. Le dio pena su imagen, tuvo compasión de esa mujer que se le reflejaba mucho mayor de lo que era. Y al mismo tiempo respiró aliviada. “Fue la decisión correcta”, pensó.

—Yo soy la que aceptó el trabajo en el banco de materiales, ¿recuerdas? —habló otra de las Rocíos —. Me convertí en la directora de comunicaciones y tuve a mucha gente a mi cargo. Me pagaban bien —las demás mujeres sonrieron—. Luego vino una oleada de corrupción y me vi envuelta en juicios y acusaciones. Entré en la política. Le hice caso a nuestro profesor de inglés de la secundaria. Él me auguró un buen camino allí. Pero lo que nadie sabía era que me tocó uno de los gobiernos más corruptos, con un presidente que se chupaba cualquier botella que veía. En ese mundo hay que cuidarse las espaldas. Mis buenas intenciones se esfumaron. Me he dado cuenta de que este país jamás va a cambiar y si no te unes a ellos, te destruyen. Yo he construido una imagen. Hago lo que puedo por el pueblo, sin olvidarme de mí —concluyó con un aire de triunfo en su voz—.

Roció la miró sorprendida. Recordó a su profesor de inglés, su paso por un ministerio, su secreto deseo de entrar en la política, mas al ver a esa Rocío con su postura de candidato y su altanería al hablar, supo que había hecho bien en no aceptar el puesto que le ofreció su último jefe en su país.

—Yo soy la que decidió no viajar a Europa y perseguir el sueño periodístico y docente. No me quejo, soy una profesora muy querida. Me llaman para dictar clases en distintas universidades. He logrado un lugar en el periodismo en base a mi coraje y mis artículos. Soy la jefa de edición de una revista muy conocida. Allí invito a algunos de mis alumnos a hacer sus prácticas. Lo que sí me molesta es la lucha constante con mis compañeros. Ser mujer tiene un precio aquí. Y es mucho más caro si escalas y tienes un puesto alto. También tengo que cuidarme las espaldas.

—¡Sebastián! —pronunciaron las demás al unísono y una risa amable inundó el salón.

Rocío le sonrió. Hubiera sido una buena decisión también. Acostumbrada a luchar, no le temía a los problemas.

—Creo que me toca —Se adelantó otra Rocío—. Tengo un hijo…

—¡Sebastián! —pronunciaron las demás al unísono y una risa amable inundó el salón.

—Sí. Es el nombre que siempre quisimos ponerle a nuestro hijo. Yo continué con el matrimonio y acepté ser madre. Claro que no solucionó nada. Los problemas se hicieron peores. Tengo un marido aburrido, sin ambiciones, buena gente, honesto, pero que no me satisface. Y un hijo al que cuidar. Pero confieso que hice mal. No debí tenerlo. Me siento estancada. No, no me miren así, adoro a Sebastián. Trabajo a tiempo partido y no veo posibilidades de crecer profesionalmente. Hiciste bien Rocío. Separarte y no tener hijos fue una buena elección.

Rocío se llevó la mano al vientre. Seco, vacío. Tomó aire y lo soltó como si quisiera expulsar los pulmones. 

—Y ahora me toca a mí—exclamó la Rocío que vestía muy bien y que lucía mucho más joven que las demás —. Mandé todo a la mierda, a mi mamá, a mis hermanos, y trabajé día y noche para pagar mi MBA. Sé que lo pasaron mal, al final yo era la que mantenía a esa familia. Ahora soy una ejecutiva de alto nivel. Mis estrategias son valoradas y estoy a punto de convertirme en la CEO de una multinacional —exclamó con la cara inexpresiva, luego clavó los ojos en la Rocío que inició todo esto—. Te hemos dicho lo que has querido escuchar. Nos has traído para confirmar que has escogido bien en tu vida —bajó la voz—, nos comparas y te alivia saber que tu vida es mejor que la nuestra, ¿verdad? —Su tono de voz era amenazante.

Era cierto, su versión ejecutiva había descubierto sus intenciones más profundas. Sus ojos se llenaron de lágrimas y mirándolas a todas respondió:

—No todo ha sido fácil. Nunca. Al llegar aquí mis impostores y demonios salieron a hacerme la vida imposible. He sudado sangre en la lucha con ellos, y todavía me acechan. Batallo contra la depresión que he sufrido toda la vida producto del abuso y que hace solo un par de años acepté reconocerla. Sí es verdad, parece que las cosas se encaminan. Tengo una nueva casa y hace poco que he publicado un libro —todas sonrieron—. Sigo ayudando a mi familia y tengo un chico que es un amor de persona. Cuando decidí separarme, creció un deseo muy grande por hacer las cosas que siempre quise hacer. Y estoy en ello. No me quejo. Pero…necesitaba verlas. Necesitaba que me dijeran que hice bien, que cada decisión que tomé estuvo bien. Por eso las he traído aquí.

Bajaron las miradas. El silencio que siguió pareció eternizarse.

—¿Por qué no has llamado a las otras tres? —interrogó de pronto la mujer de ojos tristes.

—Tuve miedo de sus respuestas —contestó.

—Nos volveremos a ver, ¿verdad? —preguntó la madre de Sebastián.

La Rocío que las había reunido entonces confesó.

—Estoy considerando tomar una decisión importante.

—¿Cuándo? —Quiso saber la política.

—El próximo año. Es una decisión que podría cambiar mi vida.

—¿Entonces nos volverás a llamar? —interrogó con voz agria la ejecutiva.

—Me temo que sí. Tal vez en dos o tres años.

Las mujeres se levantaron de la mesa, miraron a su alrededor con nostalgia, y una a una se volvió para decirle adiós con la mano a la Rocío del presente. A la que había decidido ser escritora.


Texto: @2024 Karina Miñano – Publicado primero en el blog Liberemos las palabras

Foto: Unsplahs


Aquí hay más

Entre egos y discursos

(publicado primero en el blog Liberemos las palabras) Pude haber resistido y enfrentar las consecuencias si decidía quedarme. Mi ego estaba arriba, a pesar de cargar un constante puñete en el estómago. Trujillo no me caía bien. Nunca pude soportar a los mentirosos. La culpa de toda esa situación la tuvo el discurso…

Termina de leer

El silencioso encanto del atardecer

El frío se colaba por mi abrigo e intentaba llegar a mis huesos y perforar mi piel. La brisa silbaba entre los árboles despojados, como un desafío a mi voluntad de encarar la tarde de invierno que se desplegaba frente a mí. Podría haberme quedado acurrucada en el calor de mi hogar, pero…

Termina de leer

Reflejos de invierno

Hoy la he visto de nuevo. Era primavera cuando la vi por primera vez sentada en una de las bancas que asoman al río en el boulevard del Lek. Aquella vez, tenía los ojos cerrados, parecían absorber los cálidos rayos del sol, y sus labios delineaban una sonrisa apenas perceptible. Su cabello cano…

Termina de leer

Deja un comentario