El Día del Rey

Debe ser que me estoy volviendo grande. Ya no tengo interés por unirme a las celebraciones por el Día del Rey en este país. Quedarme en casa tampoco es una opción ya que a poca distancia hay un complejo deportivo que en festejos oficiales se convierte en un bullicio de música, murmullos a gritos y alcohol. Mucho antes de la pandemia, cada 27 de abril, me gustaba salir a caminar por las calles de Ámsterdam. Ser parte de la algarabía, toparme con podios, escuchar música en vivo, detenerme a saborear un plato en los puestos de comida, ver gente disfrazada, sonrisas sin máscaras, juegos que desafían la resistencia, niños tocando algún instrumento, varios de ellos sin verdadero oído para la música, algo que no importaba durante ese día, pues el intento era lo que se premia y la cajita colocada en el piso terminaba repleta de euros; al final todos contentos en un día en el que hasta la basura parecía no molestar. Lo que más me gustaba era encontrar personas disfrazada de su cantante favorito cantándole a la gente que pasaba como en procesión. Mi lugar preferido era la callejuela llamada Zeedijk en el corazón de la ciudad.

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La pelota roja

Hojas secas caían sin parar. Los árboles se mostraban ya desnudos. Las ramas se tambaleaban al compás del viento. Los asistentes se apretaron los abrigos y uno a uno se le acercó parar decirle que lo sentía. Pero él no escuchaba ninguna palabra, tampoco se percató de las manos compasivas sobre sus hombros. Mantenía la miraba fija en la pelota que llevaba entre sus manos. Cuando por fin se quedó solo rompió a llorar como un niño recién nacido.

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Reencuentro

(publicado primero en el blog Liberemos las palabras)

Se detiene en seco en la puerta de la tienda y aparenta interesarse por las chucherías que están dentro de cajas de colores, dispuestas a detener al transeúnte e invitarle a adquirir alguna baratija a precios increíbles. Ha tomado entre sus manos una esponja de baño para ocultar su nerviosismo. De reojo mira a la persona que camina en su dirección y confirma que es él. Sin darse cuenta aprieta sus dientes y su rostro se contrae. El dolor pronto aparecerá y tendrá que relajar la mandíbula tal y como se lo ha recomendado el terapista, si no tendrá dolor de cabeza, otra vez. Y no, no puede ocultar su repentina inquietud.

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