La pelota roja

Hojas secas caían sin parar. Los árboles se mostraban ya desnudos. Las ramas se tambaleaban al compás del viento. Los asistentes se apretaron los abrigos y uno a uno se le acercó parar decirle que lo sentía. Pero él no escuchaba ninguna palabra, tampoco se percató de las manos compasivas sobre sus hombros. Mantenía la miraba fija en la pelota que llevaba entre sus manos. Cuando por fin se quedó solo rompió a llorar como un niño recién nacido.

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Reencuentro

(publicado primero en el blog Liberemos las palabras)

Se detiene en seco en la puerta de la tienda y aparenta interesarse por las chucherías que están dentro de cajas de colores, dispuestas a detener al transeúnte e invitarle a adquirir alguna baratija a precios increíbles. Ha tomado entre sus manos una esponja de baño para ocultar su nerviosismo. De reojo mira a la persona que camina en su dirección y confirma que es él. Sin darse cuenta aprieta sus dientes y su rostro se contrae. El dolor pronto aparecerá y tendrá que relajar la mandíbula tal y como se lo ha recomendado el terapista, si no tendrá dolor de cabeza, otra vez. Y no, no puede ocultar su repentina inquietud.

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Apéndice

(publicado primero en el blog Liberemos las palabras)

Exhausto, se desplomó sobre su cuerpo sudoroso y hundió la cara entre los cabellos arremolinados de Marina. Jadeaba. Por unos segundos, Víctor se perdió en el aroma de jazmín y madera que, al mezclarse con el olor natural de ella, lo seducía y provocaba a la vez. Marina lo rodeó con sus piernas y sus brazos y lo mantuvo dentro de ella hasta que la blandura se apoderó de él. Cerró los ojos y sonrió, estaba contenta, Víctor sabía muy bien como complacerla.

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Trozos de jabón

Sentada frente a él, María buscaba la mirada de su marido. Roberto, en cambio, tenía los ojos fijos en el cielo despejado que la ventana de la cocina le permitía ver. A su lado, la pequeña Carmen intentaba unir las piezas de su rompecabezas favorito sin éxito. Desde allí, los tres podían escuchar el chorro de agua. Sabían que Carlos se lavaba las manos en ese momento.

Luego de cinco minutos María se puso de pie y dio unos cuantos pasos alrededor con el ceño fruncido y los labios apretados. Roberto colocó los codos en la mesa, cruzó las manos a la altura de su nariz y con los pulgares movía de arriba a abajo sus gafas negras. En el silencio de la casa solo se podían escuchar las zancadas de María y la corriente de agua que venía del baño. Diez minutos más tarde, el agua dejó de correr y oyeron los pasos de Carlos hacia su habitación. María suspiró aliviada y apretó más los labios. Roberto intentó decir algo, pero solo pudo abrir y cerrar de inmediato la boca. Carmen ya había colocado las primeras piezas del rompecabezas en el lugar correcto y esbozaba una sonrisa abierta y despreocupada.

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Parada inusual


—¡Bajen! ¡bajen todos! —ordenó el chofer del autobús desde su asiento.

El vehículo se había detenido en una esquina muy cerca a una intersección. Los pasajeros, abstraídos en sus pensamientos, no se dieron cuenta de que el conductor había cambiado la ruta. Hasta que la orden de bajar los sorprendió.

—¡Bajen! ¡bajen! —repitió apurado y algunas personas empezaron a levantarse de sus asientos.

—¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué debemos bajar? —preguntó un anciano con voz temblorosa desde su sitio.

—Pero…está no es la ruta correcta. ¿Dónde estamos? —Alzó la voz sobre el barullo un muchacho con una gorra de béisbol que cubría su cabeza.

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Volver al mismo lugar

Aprieta la mano de su hijo, tanto que el niño llora y se deja arrastrar mientras ella corre y desgarrada grita un nombre. En la otra mano lleva el teléfono móvil. Nunca se desprende de él. Los pulmones parecen salir de su cuerpo al aullar de nuevo. Pero las olas que revientan en la orilla, el murmullo de la alegría y el sol que quema braman más fuerte que ella.

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Vagón

Escogí un asiento a la ventana y me acomodé lo mejor que pude en el desierto vagón. Quise leer y no pude concentrarme. El suave movimiento del tren me arrullaba, mientras yo luchaba para no caer dormida. En eso, un sollozo desesperado me alertó, venía de otro vagón. Me coloqué los auriculares y subí el volumen, pero el llanto, aunque distante, traspasó la música. Luego, caí en la cuenta de que el tren no se había detenido a recoger a más pasajeros.

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Finalmente

Tenía los ojos llorosos, la mirada desolada, el ceño tristemente fruncido. Tanto tiempo a la espera de ese momento. Debía hacerlo, se lo debía por muchos años. Había amor, confusión, congoja. Su piel mostraba ya los signos del tiempo, de lo inevitable. Abrió los labios, pero su garganta se comprimió con un dolor lancinante.

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En busca de la felicidad

Siempre a su lado, sin importar que fuera de día o de noche. Ayudarlo alimentaba su espíritu y era una alegría inmensa para ella. Ante sus éxitos, era la primera en aplaudir y en sentirse orgullosa. Y ante las censuras, no tardaba en mostrar su lado felino para defenderlo. Cuando él se sentía inseguro, ella estaba a su lado con las palabras que necesitaba escuchar para tomar coraje y erguirse. Él podía caer muchas veces pues su compañera ya estaba allí con la mano extendida para levantarlo. Daba lo mismo si estaba cansada o enferma, para hacerle feliz, nada la detenía. 

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Baile sin disputas

Como un relámpago atravesó la puerta. Era una sombra cubierta de pies a cabeza que, seguramente allá afuera, se protegía de la lluvia y del frío. Fue directo hacia la parte trasera del local donde las luces eran mucho más tenues. Decidí seguirla. Caminó rápido como si quisiera evitar ser vista. Entró a una habitación y cerró la puerta detrás de ella. Baño de mujeres, se lee en el letrero. En ese diminuto cuarto, entre diez y doce latinas se quitaban los abrigos, cambiaban las botas por sandalias de tacón alto, daban los últimos toques a su maquillaje, se bajaban los escotes, se subían las faldas. Mujeres que entraban, salían y se quejaban por la falta de espacio. Otras esperaban tranquilamente una oportunidad para usar el espejo. Parecían estar en alerta, constantemente se miraban por el rabillo del ojo con desconfianza y arrogancia, y de pies a cabeza si la otra no miraba. 

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Cama

foto: rustyphil

Sus dedos perfilan mi rostro, se estacionan en mis labios, bajan a mi cuello, a mi hombro. Me mira con ganas. Él quiere cama y yo también. Yo quiero dormir, él quiere batallar. Yo quiero soñar, él quiere triunfar. Hace tiempo que no queremos lo mismo. No es su culpa. Son esos dedos. Callosos, curtidos, sin gracias. Sus labios cerca de los míos. Mis ojos en los suyos. Baja la mirada. Hace tiempo que no me mira y hace tiempo que yo le observo. Tampoco es culpa suya. Es que ahora tengo más tiempo para estar con él. Él solo quiere matar el aburrimiento, y yo solo quiero ser libre.


Autora: Karina Miñano Peña

(©2020. Karina Miñano Peña)


Secreto ingrato

foto: alphaspirit
Cansada y desaliñada miras al espejo desinteresada.
Ojos flojos te devuelven la mirada,
Y decides maquillarla despreocupada.

De pronto irritada e impaciente,
Debes lidiar con el calor contumazmente.
Mientras la calle hiela las pisadas, y los tuyos toman chocolate caliente.

El bochorno empaña el espejo en que te miras.
Te quitas la blusa y sin motivo lloras y suspiras,
Y en la sala, todos con alegria cantan guajiras.

Tomas aire, mientras el vaho desaparece,
Y una mujer atractiva sale del espejo y se embravece.

Miras tu cuerpo atractivo, maduro.
Y recuerdas que hace poco a tu marido asaltaste,
Y sin dar explicación exhausto lo dejaste.

Te preguntas por qué los cambios de repente. 
Ríes y lloras sin motivo aparente. 
También te irritas frecuentemente y la familia huye rayente.

Y a veces, vas en camiseta por la vida, 
Mientras el resto cierra sus abrigos, aprieta el paso y te mira boquifruncida.

La regla, ya no avisa cuando va a llegar,
Y hace rato que decidió hacer su retiro con lentitud e ingratitud.

Empezaste a los treinta, pero no te diste cuenta,
Y ahora, cerca de los cincuenta, las hormonas se desorientan.
Y vives también con dosis de sensualidad y vanidad,
Lo que te da libertad y seguridad. 

Las mujeres que van adelante han superado esto con aguante,
Y en secreto abochornante. 

Son, tal vez los años más difíciles de ser mujer.
Y aunque lleves esa porción irracional de rabia, 
Sé también que te has convertido en una mujer sabia. 

Autora: Karina Miñano Peña

(©2020. Karina Miñano Peña)

Chasquidos…

foto: Karina

Perdida en mis pensamientos estaba, cuando un silbido me trajo de nuevo al bote. Era monótono. Por momentos buido y por otros, con más aire que melodía.
Y allí estaba él, practicament a mi lado, apoyándose a una pared, sentado sobre su bicicleta y con la llanta trasera aplastada al piso, mientras el bote nos cruzaba del centro al norte de Ámsterdam.

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Ella baila sola

Bailaron juntas en el salón de su casa por tantos años y por tantas razones: el amor que las unió a pesar del miedo, el apoyo de la familia y de los amigos, la lucha en las calles por la igualdad, la ley que les dio seguridad y la ilusión del matrimonio en el otoño en sus vidas. Bailaron cada cumpleaños y cada aniversario. Hace poco el tocadiscos se malogró y el baile se detuvo. Hoy Mariana siente frío en medio del salón, y por última vez baila, sin música pero con ella en el corazón.

Microrrelato inspirado en el video de la canción drowning away again de @_adrianbello

Autora: Karina Miñano Peña

(©2020. Karina Miñano Peña)


Mujer Hermosa

Foto: Konstanttin

Me entregó una tarjeta, en ella decía “para ti mujer hermosa” y debajo del texto, una página web. Me sentí halagada. Las mujeres amigas que compartían mi mesa, me daban suaves codazos a manera de felicitación por mi buena suerte. Algunas, después de leer la tarjeta me quedaban mirando como buscando la belleza que ellas no veían en mí. Y seguramente se decían en silencio ese tipo se ha equivocado, no es tan bonita, o qué tiene de bonita.

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Palabras flamígeras

Foto:© majdansky

A ella ni siquiera la miré aunque sabía que estaba allí junto a las otras, pues era el lado “latino”.  Me daba sofoco mirarlas. Tan contorneadas, tan liberales, tan adornadas y tan desnudas. Yo, recién llegada, tímida ante el desabrigo. Ese día, como muchos que vinieron después, caminaba por el barrio rojo de Ámsterdam sin realmente mirar a las ventanas.

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Odalys

Foto:@Lvnel

Mi madre decía que nunca es tarde para comenzar una nueva aventura. Así que aquí estoy, detrás de una ventana lo suficientemente grande para verme de pies a cabeza. Da a una calle muy concurrida y muy animada, especialmente durante los días calurosos como hoy. La cortina que la cubre es roja y la luz exterior enfatiza el color haciéndolo intenso. El poco pudor que me queda me hace dudar en correrlas, además siento un poco de inseguridad que se confunde con vergüenza.

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Maldita curiosidad

Foto: Sandy_Maya

Las noches de otoño en el centro de Ámsterdam no suelen ser tan frías como se cree. El ambiente está rodeado de una atmósfera caliente producto del humo de los cigarros, del alcohol y de la pasión. Sobre todo en el barrio rojo. Llegué hasta aquel lugar que a simple vista parece una discoteca escondida entre las callejuelas del barrio más famoso de la capital holandesa. Sobre la puerta colgaba una bandera con franjas horizontales negras y azules que no se ve durante el día. Había pasado tantas veces por ese lugar decidida a ingresar y a ser testigo de lo que allí sucedía, pero una vez en la puerta me acobardaba, desistía y pasaba de largo, cabizbaja.

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Vergüenza

© Bialasiewicz

Me da vergüenza decir que fue mi mujer la que me ha hecho esto.

Me quité la camiseta y volteé para que Joaquín mirase bien las heridas de mi espalda. Es mi mejor amigo, y se lo he ocultado por mucho tiempo. Pero ya no puedo solo con esto. Necesito su ayuda. El silencio que ha caído en su sala es incómodo y demasiado largo. No sé qué decirle y espero pacientemente que sea él quien comience la conversación con preguntas que seguramente sabré cómo responder.

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Sola

Eran casi las once de la noche cuando apago su ordenador. La cita estaba hecha para el día siguiente, y enseguida una ola de tristeza la envolvió sin compasión. Levantó la mirada hacia la ventana y vio que terciopelo blanco caía del cielo, silenciado las calles con su belleza. ¿Seré capaz? Se preguntó mientras miraba hacia afuera. Luego, encendió la televisión y se sentó frente a él sin ánimo ni interés. No es mi culpa, se dijo. Y…¿Si lo intento una vez más? pensó entusiasmada.

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Sofocación

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El bus que me lleva a la oficina me sofoca. Me sofoca su público, gente con ropa que huele a sudor. Me sofoca la mujer que está sentada a mi lado, lleva una chaqueta que sin duda alguna se ha secado en el interior de su casa, al lado del radiador y sin aire fresco que la ventile.

Me sofoca la gente que sube al bus al mismo tiempo que tira sus puchos de cigarros a la calle. No se dan cuenta del olor. El hombre sentado frente a mi es uno de ellos. Tiene un olor raro y feo, es la mezcla de algún perfume barato y del cigarro que acaba de botar. Y se hace feo también ante mis ojos. Es desagradable e indeseable.

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El conejito de Transformatorweg

conejoDurante la semana pasada y en lo que va de esta la lluvia me ha obligado a ir en bus a mi trabajo. La misma línea de bus, la misma ruta y por lo tanto la misma parada. A pocos metros del edificio en donde trabajo yacía un conejito cruelmente asesinado. Tal vez fue un auto, o una moto, o un escúter (sí, la palabra existe)  o una bicicleta, o tal vez fueron los cuervos que estaban posados a su alrededor, o tal vez fueron las ratas esquivas, silenciosas, nocturnas que viven debajo del suelo que pisamos. Sinceramente no creo que los cuervos y mucho menos que las ratas se hayan organizado para asesinar a ese pequeño conejito para su propio deleite. No lo sé, lo que sí sé es que su cuerpo estaba allí tirado en la vereda. Su pelaje lanudo, pardo plomizo, mojado por la lluvia lucía todavía fresco, tenía los ojos abiertos mirando a la nada. La gente que caminaba rápidamente bajo esa lluvia holandesa pasaba por su lado sin detenerse a recoger su cuerpo o para ponerlo al lado del césped. Nadie, ni siquiera yo que también camino rápido cuando llueve.

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Hace frío en Amsterdam Noord

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No sé que hora es. Deben ser las 10:30 de la noche y hace frío. Lo noto en las manos temblorosas y rojas de la gente que sostiene su teléfono celular; en el vaho que sale de las bocas y narices de los que esperan. Hace frío y lo siente el hombre parado frente a mi que ha jalado las mangas de su chaqueta de cuero artificial hasta cubrir sus manos. Estamos allí, con frío y esperando el bote que nos llevará al otro lado de la ciudad. El letrero electrónico dice que tardará 10 minutos. Mientras mi bicicleta y yo estamos esperando he recordado que  ya no puedo pedalear muy rápido, y es que hace frío.

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Oh Luna

008Qué hermosa estás. Te veía llegar desde hace un par de días. Estabas haciendo espacio, apareciendo de a poquitos para finalmente mostrarte completa, llena, blanca y amarilla.
Qué hermosa eres! Inmaculada, eterna, radiante y pura.

Tu llegada ha callado al viento que en los últimos días erizaba mi piel de frío intenso. Con tu llegada mi noche, ésta noche se ha iluminado. Me has mostrado el camino de regreso a casa, como antes lo hacías. Recuerdas? Cuántas veces me mantuviste despierta sentada al lado de la puerta de los cuartos contemplándote mientras mi tío Chino y mi abuelo dormían al costado.

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Oh…la edad…

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Qué extraño es esto del amor, del dinero y de la edad. Siempre lo he creído y lo he vivido. No hay nada que cambie tanto a una persona como estas tres cosas. El amor te atrapa sin previo aviso y luego te suaviza un poco, te hace vivir en una burbuja de felicidad que no da tregua a la amargura ni a la tristeza. Al menos por cuanto dure.

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El sabor amargo del papel

canstockphoto11482929Tal vez fue hace más de un año cuando la vi por primera vez. Yo iba en el metro, volvía a casa y ella estaba sentada frente a mi. Tenía un pedazo de papel entre sus manos y la mirada perdida en la oscuridad de la ventana. Era invierno o tal vez el comienzo del invierno. Llevaba una gorra y una bufanda negra. Disimulaba su godura con un abrigo ancho y negro también. Pero no tan negro como su piel. Un negro aceitunado, bonito, liso, terso. Así veía yo su piel. De ojos grandes y penetrantes. Llevaba una peluca rizada como la mayoría de las negras. No la vi de pie pero era alta. Lo sé por el grosor de sus rodillas y por el espacio que quedaba entre el asiento y sus piernas. Ella no volteó a mirar a nadie y en silencio, con cuidado y sin apartar la vista de la ventana, rompió el papel que tenía entre sus manos en pedazos pequeños, que fue llevando a su boca y se los tragaba sin masticar, mientras lágrimas rodaban por sus mejillas.

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Ya te olvidé…

olvidoTengo que buscar en lo profundo de mis recuerdos tu nombre. Olvidé todo de ti. Tu rostro, tus manos, tu aroma, tu voz. Olvidé que te gustan solo dos colores, el azul y el negro. Olvidé que no te gusta bailar. Olvidé que pintas con las manos en lugar de pinceles. Qué escuchas rock pesado en la radio para inspirarte y componer los temas de tus cuadros, y de que escuchas a Mozart porque no tienes otro CD en tu casa. Olvidé que escribes cartas, todavía a papel y lápiz porque odias la modernidad y porque no aceptas la limitación de no poder tipear con los diez dedos.

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Atrapada en el asiento 27A

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Después de haber dejado mi equipaje, haber esperado por más de una hora, comprado algún libro, ido al baño y haber subido al avión, llegué al asiento asignado. El 27A del vuelo de Iberia con destino a Madrid. No puedo decir que estaba feliz. Esas son cosas que no provocan reales emociones. Estaba allí, preguntándome quiénes serían mis acompañantes en ese vuelo que duraría dos horas y media.

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La ayuda vino de afuera gracias a la maleta que nos unió.

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Casi a última hora, como suelo hacer las cosas más pesadas, fui a comprar la maleta. Entre tanta oferta opté por dos, una mediana y otra pequeña.  Tenía planeado lo siguiente : comprar la maleta, dejar mi bici estacionada en un lugar seguro, coger las maletas, tomar el tranvía y vuola !! a casa y luego regresar por la bici. Todo iba bien. En realidad no me gusta perder tiempo en comprar y comparar al menos en este tipo de cosas. La consigna era fácil, una maleta segura y no tan grande para 7 días de business trip.

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