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No los tenía erectos, al menos no todavía. Hacía días, en realidad, meses que no había vuelto a sentir una erección en sus pezones. Pero ahora está parada frente al espejo. Se quitó el camison dejando al descubierto sus senos, redondos, blancos, suaves, voluptuosos, increiblemente atractivos y extremadamente sensibles.

Cerró la puerta del baño para que su compañera de habitación no la viera. Parada frente a su propio reflejo se propuso guardar el recuerdo de esos pechos que alguna vez fueron la disputa y la locura de dos de sus ex novios. Cerró los ojos y con la mano izquierda acarició su rostro, su cuello y bajó lentamente hasta llegar a su seno derecho, acariciandolo en circulos y muy lentamente. Con sus dedos índice y pulgar cogió el pezón tratando de lograr una erección, pero solo logró que esa asquerosa secreción sanguinolenta volviera a salir como un fluído de leche materna. No pudo evitar sentir dolor.

Sostuvo nuevamente su seno derecho con la mano izquierda, mientras el dedo medio tocaba ese pequeño bulto ahora duro y al que no le dio importancia hace dos años. Abrió los ojos para mirar su reflejo y se dijo estúpida. Estúpida porque pensó que era una simple bolita de grasa, estúpida porque tenía miedo de ir al médico, estúpida porque incluso cuando notó el cambio de color en su aureola derecha pensó que había sido el sol. Estúpida, porque solo tomó un paracetamol cuando tenía dolor debajo de la axila y como el dolor pasaba y no regresaba en varios días pensó que era muscular producto de los push-ups. Se dijo estúpida una vez más y luego cerró los ojos, como queriendo que el día de mañana no llegara nunca.

La puerta se abrió con cuidado, al otro lado estaba la persona con la que compartió los últimos 4 años de su vida y la que vivió con ella los últimos meses de terror, angustia, tratamientos y, finalmente quién apretó su mano el día que el doctor le dijo que la amputación era inminente si quería seguir viviendo. Hace más de 4 meses que no habían vuelto a tener sexo, la noticia de su enfermedad cayó como un balde de metal sin agua en sus cabezas. Ni siquiera lo hablaron, pero fue tácito. El seno que antes fue el manantial de pasión de su amada, sería ahora arrancado de su cuerpo. ¿Cómo se veria? Trataba de imaginarse sin él, pero no podía.

Abrió los ojos y allí parada estaba ella, su pareja, su amante, su amiga, su hermana. Sus ojos también estaban hinchados y rojizos. No dijo palabra, entró al cuarto de baño y cerró la puerta detrás de ella. No había necesidad de explicar lo que estaba pasando. Solo habían caricias. Mariela cerró los ojos nuevamente y su cuerpo respondió a la ternura y suavidad de las manos de su amante. Su pezón izquierdo se erectó rapidamente. Sofía evitó tocar el seno enfermo de Mariela, pero cambió rápidamente de idea porque, creyó que esa noche al ser la última para ese pecho mal oliente, debía darle una despedida apasionante y lo tocó. Y a pesar de la secreción constante, ese pezón tuvó una erección que las llevó a las dos a las más extraña, exitante y triste de sus momentos de placer.

Al día siguiente, Mariela entró sin miedo y con cierta paz a la sala de operaciones. Se despidió de Sofía con un suave beso en los labios y le dijo, te buscaré en los sueños y allí estaré completa.

Sofía se quedó esperando por ella. Pero lo que nadie sabe es que Mariela y Sofía se encuentran algunas noches y viven el amor que les fue arrancado junto durante la operación.


Autora: Karina Miñano Peña

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