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No sé que hora es. Deben ser las 10:30 de la noche y hace frío. Lo noto en las manos temblorosas y rojas de la gente que sostiene su teléfono celular; en el vaho que sale de las bocas y narices de los que esperan. Hace frío y lo siente el hombre parado frente a mi que ha jalado las mangas de su chaqueta de cuero artificial hasta cubrir sus manos. Estamos allí, con frío y esperando el bote que nos llevará al otro lado de la ciudad. El letrero electrónico dice que tardará 10 minutos. Mientras mi bicicleta y yo estamos esperando he recordado que  ya no puedo pedalear muy rápido, y es que hace frío.

El bote que cruza del centro al norte, parte cada 5 minutos, pero a partir de las 8 ó 9 de la noche, parte cada 10 y nos deja esperando en el frío.

La gente va llegando de a pocos, se aglomera a los costados del ingreso al bote, dentro de la gran marca roja sobre el piso. Que además tiene una flecha que indica la dirección de salida para aquellos que vienen en bote.

Hace frío, pero el hombre que toca el saxofón tiene que trabajar. Parece estar muy abrigado, pero tal vez tiene frío también; el frío es malo para los instrumentos musicales. Toca el saxofón con suavidad, algunos se paran cerca a él a escuchar esos sonidos dulces y suaves. Otros, la mayoría, miramos hacia el bote que está al otro lado, esperamos y escuchamos al saxofón tocar.

Una mujer con un pequeño maletín morado y con ruedas camina de un lado hacia el otro, tiene frío también. Ella es negra, su ropa es negra, lleva un poncho negro con detalles blancos, una boina negra que se mezcla con su cabello negro y un bolso fucsia brillante, muy brillante, es un fucsia de verano. Ella le da un toque de calor a esta noche fría.

A mi derecha, hay una chica en bicicleta, que acaba de llegar y espera también a bote. Esa chica se resiste al frío y lo desafía vistiendo una falda tan delgada y un abrigo de verano; y viste de verde, morado y naranja y su bicicleta lleva flores artificiales. Ella no quiere darle paso al invierno, se resiste, pero sus manos rojas por el frío, su rostro pálido y sus hombros levantados me dicen que ella también tiene frío.

El bote va llegando y nos preparamos, los scooters encienden motores y más gente llega de todos lados. Finalmente, el bote ha llegado al pequeño puerto y con una señal nos indica, a los que  esperamos, que la gente que está en ese bote va a salir, que nos preparemos, que esa gente sale como animales en estampida y es nuestro propio riesgo si nos cruzamos en el camino. Por eso debemos esperar a los lados, en la zona verde y segura.

Se escuchan los scooters amenazando con el sonido del arranque, esas amenazas viene tanto desde el bote como desde los que esperan. Las bicicletas salen primero, rápido sin detenerse a mirar a los lados. La gente de a pie, sale despacio con las manos en los bolsillos, porque hace frío. Los impacientes se apuran a ingresar al bote y coger un asiento en la parte cerrada y más caliente. Los demás avanzamos hacia el frente, todos queremos ser los primeros en salir, es una competencia. He llegado sin proponermelo a la primera fila. Seré una de las que sale primero de este bote. Miro al frente y ya hay gente al otro lado del agua esperando. El bote partirá en 5 minutos y en dos estaremos al otro lado de Amsterdam. En Amsterdam Noord (norte).


Autora: Karina Miñano Peña

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